Pase tres días trabajando como inmigrante, sudando como cerdo, caminando como keniata, deshierbando como vaca y comiendo como pajarito en el campo. Pase tres días en la experiencia rural de la escuela para acreditar una materia. Y al final, después de seis hectáreas me entere que un tractor era el que hubiese hecho mi trabajo, mientras yo me alejaba de los matorrales de serpientes a carne viva.
Un tractor hubiese andado lo que yo camine, hubiese arrancado las plantas que yo corte, sin el menor esfuerzo y con mayor medida. Pero un tractor no siente, no sueña, no vive, no piensa, no llora, no se cansa, no se ahoga, no corre, no se harta, un tractor se descompone y es el campesino el que tiene que hacer su trabajo en condiciones más extremas de las que yo hubiese podido vivir.
Yo no tengo una familia a la que alimentar, ni hijos a los cuales educar, yo no tengo la piel quemada, ni sesenta y tantos años, ni acarreo el trigo de la ciudad al campo y luego lo siembro rezando que con ello pueda pagar la cuenta de dos años antes, a mi no me niegan al subsidio al campo porque donde vivo todo esta pavimentado y decimos tener conciencia ecológica con dos jardineras alado de la cochera, yo no aviento fertilizante para aplacar las plagas sin protegerme las manos y después tallarme los ojos y terminar con cataratas, yo no hago nada más que escribir lo que es la vida de los que saben ganarse el pan día con día y seguir comprándolo aun a un precio que rebasa por mucho su presupuesto.
Es que quizás no es que ellos tengan muy poco, si no que nosotros tenemos mucho. No es que ellos imiten nuestra conducta y se vean desgraciadamente ridículos, es que nosotros somos ridículos exagerando en lo que decimos, vestimos, compramos y aplaudimos. Es que nosotros olvidamos lo que es en verdad el esfuerzo humano.